*** ATENCION: Contiene spoilers sobre el final de la tercera temporada de Mad Men***
Hace unos minutos hemos concluído la tercera temporada de Mad Men. Estamos en pleno maratón para llegar a tiempo al estreno de la quinta, y no tengo duda de que lo conseguiremos. Pues bien, después del apoteosis presenciado, no puedo evitar expresar de manera patente esta sensación de que Mad Men es, sin ninguna duda, el mejor “Drama de personajes” de los últimos tiempos. Me adhiero a la corriente que cataloga una serie de personajes como aquella en la que el motor principal de las tramas son las relaciones y el proceso evolutivo de éstos. Las series “de procedimiento” (policiacas, detectivescas, legales) o las “de genero” (aventuras, ciencia ficción, terror) normalmente centran el episodio alrededor del “caso de la semana”, o una parte del “misterio de la temporada”, aunque haya líneas argumentales particulares que avanzan poco a poco, pero en Mad Men poco importa la nueva cuenta con Hilton o la compra de la agencia por McCann Erickson: Todo es una excusa para ver crecer a estas personalidades tan complejas y poco arquetípicas que nos fascinan.
A estas alturas ya no dudamos de que el tema principal de la serie sea la intrínseca soledad del ser humano. Lo dije antes y me temo que aparecerá una y otra vez. Pero tal y como Cicerón ponía en boca del general Escipión, el Africano, “Nunca estás tan sólo, como cuando estás solo”... aunque estés rodeado de gente. Hemos contemplado en esta tanda de trece episodios como Don, Betty, Joan, Roger y los demás están rodeados de sí mismos y aun así están en Bavia. Hasta que no se paren a analizarlo, no tienen la menor idea de por dónde tirar.
Don Draper, que reúne suficientes experiencias traumáticas como para tener un psicoanalista viviendo en la habitación de invitados, considera legítimo que su válvula de escape sean esos efluvios emocionales adúlteros que ya sabemos que no son mero ‘sexo rápido’, sino una manera diferente de canalizar sentimientos. Pero no es consciente de que el universo no gira exclusi-vamente alrededor de sí mismo y que sus actos pueden causar un impacto en los demás. De la misma manera Betty, su esposa, juega a ser recta y firme y cumplir a rajatabla unos principios que en el fondo le dan completamente igual… Cree que su estabilidad (social y emocional) pasa por mantener los convencionalismos, cuando la verdad es que su esquema mental necesita un orden y concierto que ha de ser generado por sí misma. El desconcierto provocado por el engaño, aunque venga de una persona lo suficientemente importante como para perdonarla moralmente, hace que le resulte imposible, estructuralmente, mantenerse ligada a Don y ahí está el catalizador de la ruptura.
Una de las grandes virtudes del creador de la serie, Matthew Weiner, es la capacidad de pintar sombras y matices hasta inventarse una tonalidad para cada emoción en cada personaje. No hay villanos absolutos. No hay errores imperdonables. Incluso el más abyecto de los caracteres tiene alguna virtud, que no lo redime, pero le da verosimilitud. Hemos acabado la temporada con Don y Betty tomando caminos separados. No tengo la menor idea de si estas dos almas están concebidas para acabar juntas, pero de momento necesitan seguir creciendo por separado.
Podríamos analizar cómo Roger Sterling, a pesar de seguir una llamada de su corazón y casarse con la joven Jane, no puede evitar seguir teniendo un vinculo especial con Joan, que no sabe como manifestar, hasta que se presenta la oportunidad de recuperarla laboralmente. Podríamos buscar paralelismos con la necesidad que Peggy tiene de realizarse, en principio pidiendo a gritos reconocimiento externo, pero en realidad aprendiendo a saberse merecedora de ese valor. Joan y su matrimonio sin sentido; Pete y su egocentrismo sociópata; Sal y su “exposición limitada” o Lane Pryce y su servilismo son ejemplos de lo grande que puede resultar el espacio en el que se ubica nuestra personalidad cuando estamos a solas con ella.
Pero -Y el “pero” es el principal motivo que me lleva a esta reflexión de hoy- las últimas escenas de la temporada son increíblemente optimistas. Estaba viendo la escisión de la antigua Sterling-Cooper y la formación de la nueva Starling-Cooper-Draper-Pryce y ese goteo de incorporaciones y reclutamientos, cada uno aportando sus habilidades y su personalidad y todos compartiendo la ilusión por un nuevo proyecto me ha parecido especialmente refres-cante. Por primera vez el cast (este cast, el que ha coincidido en este final de temporada, aunque bien podrían haber sido otros personajes en otro momento) me ha dado la sensación de “tripulación” en la que, cada personaje es una pieza irreemplazable de un engranaje superior.
Estas tripulaciones, ya sean la del “Princesa del Pacífico”, la “USS Enterprise” o el “Los Angeles Tribune” transmiten un sentimiento radicalmente opuesto al principio que unos párrafos más arriba doy como emblema de la serie. Al contrario, alientan el concepto de trabajo en equipo y el humanismo como motor. ¿Es esto contradictorio?
En cierta parte sí, pero es que, por encima de la reflexión de la soledad personal, Mad Men nos habla de la complejidad de los procesos humanos… y asumámoslo…la contradicción es uno de ellos que seguro que seguirá presente en las vidas ficticias de estos personajes. Un motivo más para seguir fascinados.
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